viernes, 7 de octubre de 2011

X. Get away, get away from your home. I'm afraid, I'm afraid of a ghost.


Seguía manteniendo en pie su rutina de noche, drogas y sexo, su receta antes infalible contra los fantasmas del pasado, que sin embargo últimamente iba resquebrajándose. Ya no sabía qué día de la semana era, ni del mes. Intuía que mediados de noviembre, probablemente día doce o trece. 

A esas horas en que el sol empezaba a asomarse tímidamente entre las sombras de los edificios más altos de Madrid, los mechones de pelo castaños casi negros de Rebeca flotaban en el viento que rompía su Harley Davidson a ciento sesenta kilómetros por hora. Las ruedas surcaban calles que no registraban más de diez grados de temperatura, pero las piernas desnudas de la chica agradecían la sensación refrescante del aire violento que hacía que la moto se tambalease un poco. 

Unas calles, unos cuantos rugidos del motor después, se encontraba metiendo las llaves en la cerradura de ese desastroso piso en el que vivía, el cual lo había alquilado a una mujer que no vivía en Madrid por mucho menos de lo que en realidad valía, a pesar de ser un apartamento pequeño, individual; haciéndose pasar por una estudiante de universidad. Estaba claro que la mujer necesitaba el dinero que le pagaba Rebeca, porque ni siquiera había prestado atención a que la chica no era mayor de edad, y en vez de molestarse en buscar a sus padres, Rebeca le pagaba en mano. La relación entre ellas era mínima, únicamente lo vinculado con el piso. La casera venía una vez al mes y Rebeca pagaba los trescientos euros de alquiler, sin ningún tipo de preguntas a cerca de de dónde sacaba el dinero. Rebeca imaginaba que la casera no era tan ingenua para saber que la chica no iba a la universidad y que el dinero del alquiler provenía de algún sitio un poco más oscuro que de la cuenta de ahorros de sus padres, pero sin embargo, nunca le dijo nada. 

Por eso le extrañó tanto la presencia de la mujer en el interior de la casa. Estaba sentada sobre un taburete improvisado con una caja de cartón llena de ropa, fumando un cigarro, con un sobre en la mano.

-No se qué ha pasado, no sé por qué te buscan, ni siquiera puedo imaginar cómo te han podido encontrar aquí cuando no hemos hecho ningún contrato ni nada parecido. Toma –dijo la casera tendiéndole a Rebeca el sobre-. Creo que deberías marcharte de aquí cuanto antes, no quiero que me metas en tus problemas, Rebeca.

Era un sobre grande, de los tamaño folio, con su nombre completo y una dirección desconocida que supuso que era la de su casera. Sin embargo, lo que la alertó fue ver en la esquina superior izquierda un logotipo que rezaba “Consejería de Asuntos Sociales”. Se quedó completamente en blanco, ante la atenta mirada de la casera, la cual ya presentía que aquel sobre no podía traer nada bueno. 

Enseguida Rebeca recogió las cosas que creyó más importantes, y un poco de dinero, decidida a huir lo más lejos de allí. Era menor de edad todavía, y debería estar bajo la tutela de alguien pero no era así. Los de asuntos sociales la buscaban, seguramente para internarla en algún colegio o buscarle un tutor o una familia de acogida, pero Rebeca no estaba dispuesta a ello bajo ningún motivo. 

-Puedes quedarte con las llaves hasta que consigas solucionar esto, por si tienes que volver a recoger algo más de aquí. Si me vuelven a llamar, diré que hace un par de meses que no vives en el piso, que ya no se nada de ti. 

-Gracias- Respondió Rebeca.

Con la carta aún en las manos y una mochila con lo mínimo, corrió de nuevo en busca de la Harley, que aún tenía el motor caliente. Arrancó y aceleró lo más rápido que pudo. Tenía mil pensamientos en la cabeza y a la vez no era capaz de concentrarse en ninguno. Estaba sudando, nerviosa como nunca antes había estado en su vida. Hacía mucho que sus nervios se convirtieron en acero, pero ahora parecían a punto de fundirse. La moto parecía a punto de explotar, puede que fuera a más de doscientos kilómetros por hora. Se tambaleaba demasiado, le resultaba muy difícil controlarla, pero sus manos se aferraban tan fuerte al manillar que daba la sensación de que estaba unida a la máquina. 

Un largo rato después, le temblaban las piernas de los nervios, de la tensión. Ya no sabía en qué parte de la ciudad estaba, ni siquiera sabía si seguía estando en la ciudad. El sol brillaba ya fuerte y las carreteras se llenaban de coches camino de sus trabajos. Hora punta, y Rebeca se deslizaba por Madrid a la velocidad de la luz. Lo último que debía hacer era llamar la atención. Acababa de cometer un error de los que ella no cometía. Nunca. Ella, la de los nervios de acero no se podía permitir uno como ese. Redujo progresivamente la velocidad del ciclomotor mientras pensaba en qué podía hacer un día cualquiera a plena luz del sol, ella que a esas horas dormía, pero no se le ocurrió ninguna idea lo suficientemente buena. Avanzó hacia un parque que no parecía muy transitado a fumarse un canuto mientras pensaba en qué hacer con su vida en ese preciso momento, ahora que oscilaban tan peligrosamente los cimientos de la falsa realidad en la que se había refugiado tantos meses.

No hay comentarios: