sábado, 11 de febrero de 2012

Enero.

Huele a naranjas y a insulina. A arrugas, a canas y a prótesis de cadera. A experiencia y sabiduría analfabeta. A recuerdos trágicos y dulces, a olvidos de vez en cuando. A rutina, a horarios dependientes del Sintrom. A los años vividos por otros que, como liendres, se adhieren a mis vértebras jóvenes. A muchos cigarros fumados y más medicamentos filtrados entre las células. A mentiras piadosas y a otras no tanto; a verdades dichas en el último momento, y a otras que no se llegaron a decir a tiempo. 

Enero me enseñó a no fiarme de él. Que cuando menos te lo esperas te la juega, hunde sus garras de frío invernal en la piel y se lleva las vidas como el aire de otoño se lleva las hojas secas. Te hace respirar hondo y tomar fuerzas de donde ya no quedan para que intentes tirar de la cuerda que te pone, una trampa, porque le gusta ver disiparse la esperanza en tus ojos.

Llegarán los otros meses, te olvidarás de Enero, de sus juegos sucios y lo que te hizo llorar. Pero Enero volverá, inevitablemente, y otra vez, cuando menos te lo esperes, te recordará que es un traidor reincidente.

Y me ha tenido otra vez tirando de la cuerda, que no deja de deshilacharse, que de antemano sé que se va a romper, pero no por ello puedo dejar de tirar. Maldiciendo a ese Enero, inesquivo, que te la juega. Y al final, como él y yo sabíamos, la cuerda se rompió, se paró el reloj; Enero estalló otra vida en pedazos y se rió del mundo regalando rayos de sol congelados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es la experiencia.. al final enero siempre es la experiencia

Unknown dijo...

Enero es un mes de comienzos y a la vez de continuidades, me encanto tu texto, y tu blog!pasate por el mio cuando quieras =)bsoo