Después de todo, había conseguido acabar la noche durmiendo sin más percances. El día siguiente comenzó con total normalidad, la rutina de siempre resumida en desayunar, lavarse los dientes, ponerse el uniforme y maquillarse a la perfección, intentando hacer desparecer las huellas que la mala noche dejaba en su cara, en sus ojos enrojecidos subrayados de ojeras, que resultasen lo más invisibles posibles al resto del mundo, que su imagen, perfecta para el resto, no decepcionase.
Metió los libros que tocaban en la mochila de cuero marrón
que le había traído su madre como regalo de uno de sus viajes, miró el reloj y
sonrió al ver que tenía diez minutos antes de salir dirección al colegio. Diez
minutos que ya tenían destino de antemano. Click, pantalla del ordenador
encendida. Click, maximizar el explorador. Clik, reinicio al Tuenti. Diez,
veinte segundos más tarde, la escasa lista de contactos conectados al chat de
la red social provocaba otra nueva y mayor sonrisa. Marc estaba conectado. Cuatro
minutos más tarde, la intención de llegar al instituto de Claudia se comenzaba
a desvanecer, y en contraposición, Marc poco a poco conseguía convencerla para
verse un rato más tarde. Unos minutos más tarde, Claudia dudaba entre las dos
opciones, pero los números fluorescentes del reloj digital decidieron por ella,
ya era tarde para llegar puntual al colegio, y aunque si se daba más prisa de
la habitual podría estar allí a tiempo, la chica no lo pensó más y con una
sonrisa en la cara comenzó a desabrochar los botones de la insípida camisa del
uniforme del colegio para cambiarse por algo más cómodo.
Habían quedado en un parque de una zona un poco apartada,
pero que no resultaba demasiado lejos de casa de Claudia. Era un parque pequeño
pero muy íntimo, todo rodeado de altos cipreses y setos que impedían por
completo ver quién había allí. La entrada estaba coronada por un arco de
plantas enredaderas, y en el césped del interior se dibujaban miles de formas
fruto de las mínimas fracciones de luz que lograban colarse entre las aún
espesas copas de los árboles, que el otoño comenzaba a teñir de naranja. En el
centro se adivinaba un pequeño estanque de agua verdosa, bajo una capa flotante
de hojas caídas y secas. Se imaginó a ella misma corriendo por todo el parque,
vio a su madre, muy joven y sonriente cogiéndola en brazos. Claudia aún
recordaba esos momentos en ese parque, aunque el otoño y los años lo hacían muy
diferente. Su madre solía llevarla de pequeña allí y jugaban durante horas.
Luego ella creció, y su madre comenzó a pasar más tiempo fuera que en casa, y
poco a poco dejó de ir allí.
Se decidió a seguir andando, a llegar hasta el banco más
próximo y sentarse. Sacó de la mochila, vacía ahora de libros, el Marlboro y se
encendió un cigarro tranquilamente. Un ruido de motor sonó cerca de la
entradilla del parque, quizá fuera Marc, aunque nunca lo había oído hablar de
que tuviera moto. Su mente intentó imaginárselo pasando, cómo iría vestido, qué
le diría… Cayó en la cuenta de que si se acordaba de su cara era
mayoritariamente por las fotos que había visto, ya que la primera, última y
única vez que lo había visto en persona acababa de recuperar el conocimiento, y
las imágenes guardadas en su memoria de ese momento no eran muy nítidas.
Pero no, no era Marc quien entraba al parque. Era una chica
delgada, de algo más de 1’65 de altura y pelo castaño oscuro. Sin embargo,
había algo raro en ella, algo que no es normal ver un día cualquiera entre
semana a las nueve de la mañana. Quizá fuera por los vaqueros oscuros
extremadamente adheridos a sus piernas, o por que pese a que a esa hora hacía
fresco, únicamente llevaba una camiseta de tirantes semitransparente. O por el
pelo tan despeinado, o sus ojos demasiado maquillados. La chica se había
sentado en un banco un poco apartado, y estaba haciendo algo con las manos,
pero Claudia no alcanzaba a verlo. Se acercó a Claudia, mientras esta desviaba
la mirada, avergonzada por haberse quedado mirándola tan poco disimuladamente.
-Perdona, ¿tienes fuego?
-Si, claro, espera que lo busco- Empezó a sacar cosas de la
mochila, seguramente estaba al fondo del todo, como siempre que lo necesitaba.
Aún no había vuelto a alzar la mirada, aún sonrojada. Cuando lo hizo,
extendiéndole el mechero, se quedo en blanco. La cara de la chica reflejaba
nerviosismo, y sus ojos estaban bañados en lágrimas que intentaba esconder.
-Gracias, el mío no funciona casi nunca y siempre se me
olvida conseguir otro-Comentó la desconocida, intentando sonreír, mientras
encendía un cigarro liado que el olfato de Claudia confirmó que contenía algo
más que tabaco.
La situación era ya bastante anormal, algo de lo que
parecieron darse cuenta las dos. La chica sonrió otra vez y avanzó hasta un
banco algo apartado, donde se sentó doblando las piernas encima de la madera
medio desgastada, rodeándolas con el brazo libre mientras consumía el porro. Al
fondo, por la entradilla ahora sí era una figura masculina la que entraba, alborotándose
el pelo negro, mientras volvía a escuchar mentalmente a su madre diciéndole que
como no se lo cortase ya no entraría a su casa. Pero a él le gustaba así.
Vaqueros, Converse,
camisa de cuadros sobre una camiseta blanca, una mochila negra y unos cascos al
cuello respondían a una de las preguntas que le había dado tiempo a hacerse a
Claudia. Sin embargo, la chica no encontraba un complemento que pudiera
quedarle mejor que esa sonrisa en medio de una incipiente barba de tres días.
Una mirada brillante y dos besos de esos que parecen quedarse unos segundos más
en tus mejillas respondían a otra de sus preguntas.
A pesar de que ambos parecían un poco cortados al principio,
el paso de los segundos tornó enseguida los momentos más cómodos, más
relajados. Compartían la sensación de conocerse desde hacía mucho tiempo, una
complicidad idílica, una atracción que los obligaba a quedarse en silencio,
sonriendo solo con mirarse. Tan sólo era la segunda vez que se veían en
persona, pero las largas horas que habían compartido juntos habían dejado
huella en ambos.
Entonces, ocurrió algo, una de esas cosas inexplicables que
se podrían incluir en una lista con el título de “cómo joder un momento
romántico”. No, no era eso, era algo más allá. Cuando nadie se acordaba ya de
que una chica un tanto anacrónica en una mañana corriente estaba sentada unos
cuantos bancos más allá, ésta se acercó a la pareja de algo más que amigos,
interrumpiendo alguna de sus miradas, con la mera intención de devolver el
mechero a Claudia:
-Muchas gracias, debo de comprarme uno ya de verdad- Su
nerviosismo parecía haberse mitigado, y lo único que quedaba ya de sus lágrimas
eran sedimentos negros, restos de rímel tintando lo alto de sus mejillas. Sin
embargo sus ojos oscuros irradiaban aún un halo de preocupación.
Claudia sonrió a la extraña, pero algo atrajo su atención
inmediatamente. Era Marc, que se había quedado como de piedra ante la aparición
de la chica. No era una punzada de celos propia de ver al chico que te gusta
mirando a otra que probablemente le atraiga más físicamente, no, no era eso.
Era la intensidad, lo profundo de la mirada perdida de Marc, incluso el
sentimiento de sus enormes ojos azules clavados en la extraña, la expresión de desconcierto
congelada en su rostro. Eso fue lo que acabó con el momento, la semilla de la
desconfianza en Claudia, la infinita interrogación en la mente de la chica,
quien, mientras veía a su chico desenvolver un chupachus y llevárselo a la
boca, no pudo evitar levantarse y correr hacia la salida del parque, en una
búsqueda sin sentido de esa chica misteriosa, o quizá a una respuesta a la
pregunta “¿cómo puedo ser tan idiota?” entre millones de interrogaciones más
ante lo extraño del momento.
1 comentario:
Nath: bueeeeeeno que me da igual, qe no lo lees porqe lo digo yo y punto.
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