miércoles, 2 de noviembre de 2011

XIV. I won't break down tonight, I feel it for the first time.


Ese quince de Noviembre, aproximadamente dos semanas después del vigésimo segundo cumpleaños de Amélie, y por tanto de que conociera a Ángel y redescubriera las capacidades que tiene en ser humano para sentir felicidad, la chica volvía a abrir la puerta de aquel mugriento bar de la esquina, mientras descubría después de tantos cafés y mamadas en ese lugar, el letrero violáceo de neón prácticamente fundido y chispeante a cada calambrazo que dejaba imaginar el nombre del bar, “El Deseo”.

De la misma manera, por primera vez se daba cuenta de la asquerosidad inmunda del local, de la sensación de estar todo bañado en grasa, del monocromático tono amarillento del que parecía estar pintado todo, del olor a sudor del patético dueño que ya veía acercarse con sus globos oculares del mismo color amarillento que reinaba en todo el bar inyectados en lascivia. Se daba cuenta entonces de que por primera vez, también sentía asco; con aún el vivo recuerdo de a penas dos días atrás en el blanco e impoluto hogar de Ángel, cada segundo ahora en el bar y cada paso que daba el camarero en su dirección generaban un inmenso asco a Amélie; quizá incluso no tanto asco como el que cualquier persona normal podría sentir en ese momento. Una arcada frenada a tiempo fue el empujón que Amélie necesitaba para salir corriendo. Sin embargo, todo lo lejos que llegó fue a su esquina de siempre, a apoyarse en la misma pared del bar del que acababa de salir, repugnada. 

Se acordó de la primera noche tras conocer a Ángel, del día después de renacer en esa intensa sensación junto a él. En efecto, había renacido, si por renacer se entiende volver a nacer, volver a tomar fuerzas o energía, ya que antes de él, Amélie en el fondo había dejado de sentir, llegando al extremo de a penas sentirse persona. La vida entera le había hecho asumir que tan sólo era un objeto diseñado para satisfacer a los demás a costa de sus sacrificios. 

Después de su primera noche con él, Ángel la llevó de vuelta al barrio donde vivía. A penas se acordaba de su negocio cuando el hombre le tendió un billete bastante mayor de lo que ella solía cobrar, pero no pudo rechazarlo, no estaba en condiciones. Esa noche ya comenzaba a notar cambios, comenzaba a sentir un desencanto con su vida que anteriormente había asumido y no le importaba, pero ahora, poco a poco esta desilusión se iba acentuando, a ritmo de los besos de Ángel.

Cada noche, a eso de las nueve o diez como ese mismo día, Amélie volvía aún a su mítica esquina, con la única esperanza de que esa noche también apareciera ese Audi negro para recogerla, para sacarla de su rutina aplastante y claustrofóbica; apenas prestaba atención al resto de los coches, arriesgando su propia comida ante el supuesto de que Ángel no apareciera. 

Pero sí aparecía, todas las noches, y ella sonreía y se sentía, por primera vez querida cada noche. Algo muy especial había despertado en ella, un cariño hacia ese hombre en tan solo dos semanas, un alivio extremo, una bocanada de aire limpio cada vez que estaba con él, a parte de lo que le hacía sentir cuando se fundían cada noche, cuando tras miles de caricias y besos se escondían tras las blancas sábanas de la casa de Ángel. Y tras eso, con otra oleada de besos se despedían, Ámelie con algo de dinero más y ambos con una sonrisa especial. 

Esa noche, como todas las demás, Amélie a penas se acercaba a intentar seducir a otros hombres, esperando ansiosa la llegada de su ángel. Pero pasaban las horas y él no venía, y Amélie aún conservaba restos de la angustia experimentada hacía ya un par de horas en “El Deseo”. Llovía oscuridad sobre el cielo de Madrid, y en las afueras, la noche fría de mediados de noviembre se clavaba en los huesos de Amélie que, con la esperanza al borde de la expiración, no sabía si irse ya a su casa o al menos hacer un servicio para llevar algo de dinero a casa. Y entonces, cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada y la joven, decepcionada, giraba sobre sus tobillos caminando hacia su casa, los potentes focos del elegante coche negro estrellaron su luz contra las piernas largas de marfil de Amélie.

-Am, no me gusta nada que estés aquí. Este no es tu sitio- susurró Ángel al oído de la prostituta, que sonrió levemente sin decir nada y cerró los ojos aspirando el aliento de su hombre- Lo digo en serio, mírame a los ojos- tomó la cara de la chica, obligándola a incorporarse del hueco que había entre el hombro y el cuello de Ángel, perfecto para su cabeza, y la hizo mirarle- Am, quiero que seas toda para mí, me gustas demasiado.

Vuelco al corazón de Amélie, que quería gritar al viento que sería toda para él; pero la parte pensante de su cerebro aún la instaba a decir que no, que ella necesitaba otros hombres para poder vivir, que necesitaba ganar su dinero. 

-Yo te daré todo lo que necesites, sólo quiero que seas toda para mí, que estés ahí siempre que quiera yo. 

Era más de lo que Amélie había soñado las dos últimas semanas. Con una breve sonrisa, volvió a apartar, sin contestar, la mirada de él, recostándose de nuevo en su hombro. Ángel se dispuso a arrancar de nuevo el coche, Amélie puso su mano en el muslo del hombre, que se detuvo y la besó de esa manera que hace que se eleven todos los pelos de tu cuerpo, con su saliva impregnada de una ponzoñosa necesidad de ella, que contagió a Amélie. Entre más besos en cada semáforo en rojo, Ángel conducía en una dirección diferente a la que tomaba siempre, no iban a su casa. Al llegar, la chica vio que se trataba de un piso pequeño, pero elegante, como todo en Ángel. Abrieron la puerta de un estudio lleno de archivadores, con un escritorio cubierto de papeles, que probablemente fuera el despacho de él. Caricia a caricia se sumergieron en otro de esos besos, que ayudado por la mano de Ángel descendiendo ya por el final de la espalda de Amélie, desembocó en un incremento de las pulsaciones de ambos, quienes terminaron apartando los papeles de encima del escritorio y haciéndolo ahí mismo. Tras las últimas convulsiones de Amélie, Ángel la cogió en brazos y la llevó a la cama, donde, de forma más sutil se volvió a repetir la escena hasta que ambos, exhaustos, quedaron dormidos, como siempre desnudos bajo las sábanas. 

Cuando Amélie despertó, aún agarrando fuerte con la mano el borde del colchón hacia el que miraba, no había nadie más en la cama. Sin embargo, en el lugar donde horas antes había habido un cuerpo una mítica rosa roja parecía dormida, custodiando un pequeño sobre con la inicial de la chica. 

“Am, lo siento pero he tenido que irme a trabajar. Como te dije ayer, yo te daré todo lo que necesites si te quedas conmigo. Aquí tienes algo de dinero para comer o lo que quieras, y las llaves de este estudio. Acéptalas, quiero tenerte cerca.
Te quiero, A.”

En efecto, allí estaban tanto las llaves como un par de billetes amarillos, obviamente más de lo que ella necesitaba para comer. Con una sonrisa inmensamente inocente en su rostro y la sensación de estar soñando o atrapada en Pretty Woman, se pellizcó el brazo sin la más mínima intención de volver a la realidad. 


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