domingo, 30 de septiembre de 2012

De fuego y leña.


Esto no deja de ser un cuaderno en sucio, un borrador de sentimientos, ¡como si los sentimientos pudieran plasmarse en letras! Y hoy hablo de sentimientos paralelos. De dividir un corazón en dos partes. De lo que tengo y lo que deseo. De que, por mucho que pueda desear algo, no puedo desperdiciar lo que tengo. Y es que esto se ha convertido en algo extraño, parece que fuego surge de donde no quedaban casi cenizas, y no entiendo por qué. Y, paralelamente, se crea en mi una nueva una necesidad, temo que cada vez mayor, de algo que nunca necesité. ¡A dónde he llegado a parar! ¡Yo echando de menos, quién me lo iba a decir!

Y aquí llega la duda. Cuando el fuego me tienta, y yo que soy más fuego, necesito que me avive. Y, mientras, necesito mi leña para seguir existiendo. Y la leña que siempre quise, aunque no sea la leña que imaginara, la he conseguido, y está aquí, y sostiene mi vida, y la echo en falta cuando no está. Pero no hay nada que más desee que el fuego, aunque pueda  aguantar toda la vida sin echarlo de menos cuando está lejos, aunque vaya a seguir atrayéndome para siempre.

Parece que conocí el fuego hace una eternidad, y en el fondo sólo es una línea discontinua pero infinita, con la que cuesta llegar a cruzarse. Se apaga, se vuelve a encender cuando menos lo esperas, siempre surgirá de nuevo. La leña… la leña esta ahí, de manera firme, inmóvil (quizá demasiado inmóvil), pero llega un día en que se acaba.

Por ello, aunque quien no arriesgue no gane, no es hora de echar a perder ese pájaro en mano. Mi leña será mi tierra, será mi vida hasta que se consuma. Y sólo en ese momento, si vuelvo a cruzarme en el camino del fuego, decidiré si unirme o no a su intermitente trayecto.

Porque querer siempre no significa esperar siempre.

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