jueves, 14 de febrero de 2013

Carta de amor al amor inexistente

Querida sombra:

Escribo, una vez más, una carta de amor al amor inexistente, a lo perdido después de haberlo encontrado, a la tristeza de esos ojos que me miran, reflejados en el cristal de la copa que sujeto, y que no son más que los míos, sin tu presencia. Te escribo a ti, y al viento molesto que ahora ocupa tu lugar.

Escribo con las manos blancas, quebradas por más daños que años, ahumadas por el cigarro que sujeto entre los dedos, y ahogadas en el whisky que le falta a mi vaso, que me pide que acabe de una vez con el hielo que ha dejado de tintinear y se ha hecho agua, a la par que mis ojos. Me he deslizado por el sillón, me he dejado caer, me he escurrido como se ha escurrido el tiempo por mi piel, llevándoselo todo.

Y ahora que te he perdido es como si también el mundo se me cayera encima, y se quedara ahí, haciendo fuerza contra mis hombros. Ahora que ya no son mis dedos los que bailan en tus mechones de pelo del color del fuego, ni hacen turismo durante horas por los kilómetros que a veces parecen medir tus piernas. Ahora que ya no son mis ojos a los que haces naufragar en la incoherente búsqueda de tus defectos; y que no son mis brazos los que te agarran fuerte, como si pudieras (y pudiste) evaporarte en cualquier momento e intentase evitarlo. No son mis labios ya los que arden cada vez que rozan tu piel, ni parece que se deshacen cuando los tuyos se acercan, ni se funden con ellos haciendo creer al propio mundo que se ha parado.

No soy yo ya el más apropiado para subir al cielo entre tus piernas, y arrancarle a la noche una o dos, o si por mí fuera mil estrellas para hacerte un vestido – a ti ya no te importa que yo hiciera lo imposible por conseguirlo –. Ya no soy yo a quien le susurras canciones bonitas y versos de poetas sudamericanos mientras te desnuda, con esa voz tan rota como las olas estrellándose en los acantilados.

Ahora es otra persona quien se siente Dios cuando lo miras con esos ojos salvajes.

Pero sigo y siempre seguiré siendo yo quien regalaría su último aliento por verte mover el culo al caminar una vez más. Porque tenerte fue dejar de creer en los cuentos del movimiento de rotación y del eje imaginario de la Tierra, y empezar a comprender que eres tú la razón por la que el mundo gira.

Y, sin embargo, esta carta quedará en el cajón de los versos que te escribí por no ser capaz de decírtelos al oído, de los versos que llegaron tarde, que no llegaron, que llegaron sólo a tu piel enredados en la punta de mis dedos, y ahora mueren hechos tinta en un papel que acabaré quemando para que las llamas me recuerden el color de tu pelo.

Demasiado cobarde para ser tuyo.



No hay comentarios: