lunes, 10 de septiembre de 2012

Septiembre.



Mis años no se acaban en Diciembre, se acaban en Septiembre. Justo en el momento en el que veo la primera hoja amarillenta adornando el asfalto. Y, con cada una de ellas, una parte de mí se larga, y me deja a solas con el portazo. Porque no hay frase más triste que un “se acaba el verano”.

Se acaba la libertad absoluta, los días de humos y tragos, el calor asfixiante, los planes no cumplidos, las semanas enteras ebria, se acaban las bromas que se vuelven serias cuando no las puedes controlar. Se acaban las horas muertas en un colchón. Me dejo aún una larga lista de cosas que hacer antes de morir, aunque con algún tachón más; me dejo desilusiones por el camino, y sentimientos de los que se quedan debajo de la piel toda la vida, calambrazos. Y conversaciones pendientes, de las de silencios cargados de significados y posibles decepciones.

Llegados a este punto sólo cabe confesar que sé, con certeza, que nunca seré capaz de asumir los Septiembres. Que se acaba todo, que te acabas. Y lo peor, lo peor de todo es que está en mis manos. Que me sea más fácil asumir la pérdida que decidir si prefiero un rescate. 


1 comentario:

Nazaret Carousel dijo...

Para qué algo comience primero ha de acabar otro algo, Septiembre; y quien sabe, puede que lo que esté por venir sea mucho más mejor :)