lunes, 10 de octubre de 2011

XI. Oh, well, the devil makes us sin; but we like it when we're spinning in his grin.


No era capaz de explicar lo que sentía en su interior. Quizá porque hacía tanto tiempo que no sentía nada que no recordaba ningún tipo de sensación distinta de la indiferencia que había llenado todos los rincones posibles de su capacidad emotiva incluso durante años. Pero él había conseguido hacer una grieta en esa piedra fría y dura que eran sus emociones con tan solo una mirada. Una mirada de esas que dan vida al más inerte de los objetos imaginables, que da vida a una persona que ya ni siquiera se consideraba persona, a alguien con la autoestima erosionada más allá de cualquier límite. Fue como una descarga eléctrica para Amélie que un hombre como Ángel la mirara de una forma completamente distinta al cóctel asco-extrañeza-compasión-superioridad que disparaba como balas el resto del mundo. 

Incluso la llevó a su casa, enorme, en el centro de la ciudad, posiblemente la mejor zona. Ni siquiera se detuvo en compararlo con la mierda en la que vivía ella y que tanto le había costado conseguir. Había sido muy educado desde que se acercó a ella en el bar que ahora y comparado con la mansión de Ángel le parecía por primera vez profundamente asqueroso. Pero tampoco pensó demasiado en lo extraño de que Ángel hubiera llegado hasta ese garito unas horas antes. No le importaba nada más que ese momento, nada más que la pionera sensación que él despertaba en ella.

Estaba ensimismada, mirando todo a su alrededor. Destacaban exageradamente sus tacones baratos y su ropa demasiado llamativa -en un intento claramente fallido de resaltar algo bonito o sexy en ella- con el minimalismo del mobiliario de esa habitación totalmente blanca, sencilla y elegante. Un brazo fuerte rodeando su cintura y un penetrante olor a perfume bueno la despertaron de su trance hipersensitivo. Ángel tomó un sorbo de la copa de vino que tenía en la otra mano y se la cedió a Amélie, dejando de esa forma ambas manos libres, dispuestas a librar el cuerpo de la chica de telas raídas y excesivamente brillantes que estropeaban la sensualidad del momento. 

A partir de ahí todo fue aún a mejor. Ángel parecía haber sido capaz de pintar su realidad con una pintura antioxidante, con veinte mil capas que tapasen completamente el gris de su vida. En todos los sentidos parecía hacerla revivir, o directamente, vivir. Todo esto le parecía demasiado extraño. Como si algo hubiera explotado dentro de ella. La llevó a la cama, y ambos, totalmente desnudos, empezaron a fundir sus cuerpos en una danza ardiente y húmeda.

Éxtasis, euforia, calor, sentir que moría y nacía a la vez, debilidad, fuerza, debilidad, fuerza. Se elevaba a cada golpe, una y otra vez, creía que en cualquier momento iba a atravesar el límite del cielo. Sudor, éxtasis. Se agarraba con más y más fuerza, intentaba por primera vez retener unos segundos más ese momento de gloria. Éxtasis, euforia. Calor. Volaba, flotaba, estaba soñando. Apretaba los ojos con fuerza, su boca se abría buscando su saliva entre inhalación y exhalación. El corazón a punto de estallar, arritmias respiratorias, éxtasis. Vibraba. Y finalmente, atravesó el cielo, explotó, dejó la mente en el blanco más inmaculado y olvidó respirar. Se paró el tiempo, hasta creyó que su corazón había dejado de latir. Bajo ella, el vacío. Éxtasis. Gritos mudos.

Un último beso en la mejilla le hizo recobrar el aliento, y recordarle a su corazón que debía seguir latiendo. Se sentía completamente fuera de sí, como quien toma una droga por primera vez, perdida en sí misma, todo parecía ralentizado y acelerado a la vez. Era la primera vez que sentía tanto de golpe, su primer orgasmo en años. 

Ángel la abrazaba bajo las sábanas, y ella notaba como su respiración comenzaba a hacerse más fuerte, presa del hechizo de Morfeo. Sin embargo ella era casi incapaz de cerrar los ojos. Se sentía bien. Era como si Ángel hubiera establecido un puente con su infancia en unas horas, con el sentimiento de felicidad de una niña de diez u once años que aún soñaba con ser modelo y hacerse famosa. 

Definitivamente se sentía renacer, desnuda, abrazada bajo suaves sábanas de seda, limpia, feliz. Cerró los ojos al fin, pero no consiguió borrar esa atípica sonrisa inocente de su cara, ni dejar de agarrar con fuerza la almohada, buscando la eternidad de ese momento, como intentando inconscientemente agarrarlo para que no se fuera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Diosa, joder, diosa.

SSX dijo...

Sube un capítulo ya, no me seas vaga!