No era capaz de explicar lo que sentía en su interior. Quizá
porque hacía tanto tiempo que no sentía nada que no recordaba ningún tipo de
sensación distinta de la indiferencia que había llenado todos los rincones
posibles de su capacidad emotiva incluso durante años. Pero él había conseguido
hacer una grieta en esa piedra fría y dura que eran sus emociones con tan solo
una mirada. Una mirada de esas que dan vida al más inerte de los objetos
imaginables, que da vida a una persona que ya ni siquiera se consideraba
persona, a alguien con la autoestima erosionada más allá de cualquier límite.
Fue como una descarga eléctrica para Amélie que un hombre como Ángel la mirara
de una forma completamente distinta al cóctel
asco-extrañeza-compasión-superioridad que disparaba como balas el resto del
mundo.
Incluso la llevó a su casa, enorme, en el centro de la
ciudad, posiblemente la mejor zona. Ni siquiera se detuvo en compararlo con la
mierda en la que vivía ella y que tanto le había costado conseguir. Había sido
muy educado desde que se acercó a ella en el bar que ahora y comparado con la
mansión de Ángel le parecía por primera vez profundamente asqueroso. Pero
tampoco pensó demasiado en lo extraño de que Ángel hubiera llegado hasta ese
garito unas horas antes. No le importaba nada más que ese momento, nada más que
la pionera sensación que él despertaba en ella.
Estaba ensimismada, mirando todo a su alrededor. Destacaban
exageradamente sus tacones baratos y su ropa demasiado llamativa -en un intento
claramente fallido de resaltar algo bonito o sexy en ella- con el minimalismo
del mobiliario de esa habitación totalmente blanca, sencilla y elegante. Un
brazo fuerte rodeando su cintura y un penetrante olor a perfume bueno la
despertaron de su trance hipersensitivo. Ángel tomó un sorbo de la copa de vino
que tenía en la otra mano y se la cedió a Amélie, dejando de esa forma ambas
manos libres, dispuestas a librar el cuerpo de la chica de telas raídas y
excesivamente brillantes que estropeaban la sensualidad del momento.
A partir de ahí todo fue aún a mejor. Ángel parecía haber
sido capaz de pintar su realidad con una pintura antioxidante, con veinte mil
capas que tapasen completamente el gris de su vida. En todos los sentidos
parecía hacerla revivir, o directamente, vivir. Todo esto le parecía demasiado
extraño. Como si algo hubiera explotado dentro de ella. La llevó a la cama, y ambos, totalmente desnudos, empezaron a fundir sus cuerpos en una danza ardiente y húmeda.
Éxtasis, euforia, calor, sentir que moría y nacía a la vez,
debilidad, fuerza, debilidad, fuerza. Se elevaba a cada golpe, una y otra vez,
creía que en cualquier momento iba a atravesar el límite del cielo. Sudor,
éxtasis. Se agarraba con más y más fuerza, intentaba por primera vez retener
unos segundos más ese momento de gloria. Éxtasis, euforia. Calor. Volaba,
flotaba, estaba soñando. Apretaba los ojos con fuerza, su boca se abría
buscando su saliva entre inhalación y exhalación. El corazón a punto de
estallar, arritmias respiratorias, éxtasis. Vibraba. Y finalmente, atravesó el
cielo, explotó, dejó la mente en el blanco más inmaculado y olvidó respirar. Se
paró el tiempo, hasta creyó que su corazón había dejado de latir. Bajo ella, el
vacío. Éxtasis. Gritos mudos.
Un último beso en la mejilla le hizo recobrar el aliento, y
recordarle a su corazón que debía seguir latiendo. Se sentía completamente
fuera de sí, como quien toma una droga por primera vez, perdida en sí
misma, todo parecía ralentizado y acelerado a la vez. Era la primera vez que
sentía tanto de golpe, su primer orgasmo en años.
Ángel la abrazaba bajo las sábanas, y ella notaba como su
respiración comenzaba a hacerse más fuerte, presa del hechizo de Morfeo. Sin
embargo ella era casi incapaz de cerrar los ojos. Se sentía bien. Era como si
Ángel hubiera establecido un puente con su infancia en unas horas, con el
sentimiento de felicidad de una niña de diez u once años que aún soñaba con ser
modelo y hacerse famosa.
Definitivamente se sentía renacer, desnuda, abrazada bajo
suaves sábanas de seda, limpia, feliz. Cerró los ojos al fin, pero no consiguió
borrar esa atípica sonrisa inocente de su cara, ni dejar de agarrar con fuerza
la almohada, buscando la eternidad de ese momento, como intentando
inconscientemente agarrarlo para que no se fuera.
2 comentarios:
Diosa, joder, diosa.
Sube un capítulo ya, no me seas vaga!
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